Wednesday, December 01, 2004

El Precio de ser diferente. Así se humillaba a mujeres "sin moral".

LIBRO / «EL PRECIO DE SER DIFERENTE»Así se humillaba a mujeres "sin moral"
INSULTADAS, golpeadas y manoseadas por los varones del pueblo armados con cencerros. Era el castigo que sufrían en muchos pueblos de la España rural las viudas ennoviadas o las madres solteras. Amparo ha escrito su experiencia.
Por Javier Memba El Mundo 28/11/04, 23.28 horas

Una de las cosas que se grabaron de forma indeleble en la memoria de Amparo Paramio cuando aún era una niña fue la suerte que corrió una vecina de su pueblo -un lugar de la «Extremadura profunda» de cuyo nombre no quiere acordarse porque sus padres aún viven allí- al osar casarse con un viudo.
Esa noche, Amparo vio actuar por primera vez a las masas, al pueblo llano unido. Corría el año 1959, y hechos como los que vio le hicieron saber de dónde parte esa plaga que hoy llamamos violencia de género.
«Todos caminaban en la misma dirección, al dictado de una misma voz», escribe Paramio en El precio de ser distinta (Kokoro Ediciones).Los linchamientos deben ponerse en marcha de idéntica forma a aquella en que los paisanos de esta escritora prepararon «la mayor sorpresa de su vida» a los recién casados.
La ceremonia se celebró al filo de la media noche porque los curas de entonces también consentían con la abyección que se avecinaba. Los novios aún permanecían en el interior del templo cuando la muchedumbre comenzó a llegar por las distintas calles, congregándose en torno a la pareja. «Hombres, mujeres, jóvenes, personas de todas las edades.
La masa acudía silenciosamente, sin casi hacerse notar y se iba agazapando en los alrededores de la iglesia», continúa Amparo relatando los hechos. «Muchos tenían ya los cencerros bien sujetos, las coplillas ya compuestas, la mayoría de ellas sin rima ni sentido, pero hirientes y punzantes hacia los novios.Ésa era su función: herir, lesionar, ofender, servir de fácil diversión a la gente». Cuando se abrió la puerta de la iglesia, la mirada feliz de los recién casados no tardó en ser crispada por el pánico ante la muchedumbre. «Todos a la vez, ahí están», gritó una voz entre la multitud. Acto seguido, comenzaron a sonar los cencerros y las coplas. El marido salió corriendo hacia su coche gritando a su joven esposa que la esperaba en el ejido. Nadie le impidió la huida, la cosa no iba con él.
Ella intentó seguirle, pero el execrable fuenteovejunismo ya se había puesto en marcha. La novia, apenas terminaron de rodearla las masas, comenzó a ser vapuleada. Mientras unos entonaban las coplillas insultantes, otros la manoseaban. «La gente, provista de cencerros, se apostaba a todo lo largo del camino que iba hasta el lugar donde estaba su marido, que distaba un kilómetro aproximadamente de la iglesia.
Ella avanzaba corriendo como podía, asustada, medio en andas y en volandas. La gente cantaba coplas insultándola, mientras agitaba los cencerros y la acorralaba. Todo eran hombres y mujeres del pueblo, que la agredían y la vejaban amparados en la multitud».Con ese pasmo que se contemplan las más crueles agresiones, la pequeña Amparo fue testigo de la brutalidad con que sus vecinos magreaban a la recién casada: «La metieron mano, unos por arriba y otros por abajo, y cuando llegó a donde estaba su marido, comprobó que en su desesperada huida la habían quitado hasta las bragas». TRADICION SECULAR En opinión de Amparo Paramio, la cencerrada o campanillá fue una tradición que se practicó en toda la España rural, que se remonta al siglo XVIII. Así, en una edición del Diccionario de autoridades de 1729 puede leerse «suelen los mozos las noches de días festivos andar haciendo este ruido por las calles y también cuando hay bodas de viejos o viudos». Prohibidas por todos los legisladores a partir de 1765, en base a la indiscutible alteración del orden público que suponen, se siguieron practicando hasta bien entrada la centuria pasada en varias regiones, gracias a la permisividad de las autoridades municipales.
Pero, era tal su arraigo en la tradición popular que muchas mujeres que las sufrieron las defendían al día siguiente, cuando la normalidad volvía a protagonizar la vida en el pueblo, y contaban entre las que más gritaban a sus sucesoras en tan abominable suerte.Madres solteras, adulteras, viudas que no guardaban el luto debido... Cualquier mujer, cuya actitud topara con la rígida moralidad del pueblo, era objeto de estos escarnios. En honor a la verdad, tampoco faltaron alcaldes dispuestos a acabar con las cencerradas. Tras aquella que presenció la pequeña Amparo, el de su pueblo las prohibió «y eso que era franquista» recuerda. «Cuando llegó el socialista, volvió a consentir todo esto porque le gustaban. Sus amistades las daban con su consentimiento.Recuerdo a una chica que había tenido un hijo con un casado.Le dieron una que hasta le rompieron los geranios del balcón.Su padre pidió ayuda al alcalde y éste se hizo el desentendido». Fue entonces, a comienzos de los años 80, cuando Amparo, que temió las cencerradas desde niña, supo por las amenazas de sus vecinos que a ella se la estaban preparando. Casada en 1973, seis meses después de la ceremonia, contando sólo 21 años, enviudaba al fallecer su marido en un accidente de circulación. En aquellos días, la viudedad de una mujer en la España rural suponía una condena a la soledad y al luto de por vida.
Su existencia habría de discurrir indefectiblemente entre la iglesia y el cementerio.De modo que sus vecinos pusieron el grito en el cielo cuando la joven viuda se compró un coche, habiendo sido un accidente de automóvil la causa de la muerte de su esposo o cuando tuvieron noticia de que en un pueblo cercano había asistido a la boda de una amiga vestida de color. El detonante fue el embarazo fruto de una nueva relación. El 18 de junio de 1983, Amparo Paramio sufrió esa abyección que la estigmatizó: «Las ruedas están infladas, / se pinchan y se desinflan/ y éste te vio desinflada y te metió la jeringa», le gritaban las masas, capitaneadas -sorprendentemente- por el mismo hombre cuya esposa fue objeto de la cencerrada que Amparo presenció en su niñez. A la mañana siguiente presentó una denuncia, lo que motivó un artículo en la prensa local donde se defendía esta tradición.
La polémica se desató y fue una de las más encendidas del verano del 83. Los bares de los Paramio sufrieron el boicot vecinal. El pueblo amenazaba con una nueva campanillá, pero la denuncia de Amparo prosperó y fue impedida por la Benemérita.No se ha vuelto a dar ninguna cencerrada en nuestro país. En la actualidad, Amparo trabaja de enfermera y vive en Madrid.
«El precio de ser diferente» (Kokoro Ediciones) llega a las librerías el próximo mes. FOTO.- Eugene Smith ("Spanish Village" Series, 1951)
Enlaces> ASI SE HUMILLABA A MUJERES «SIN MORAL»http://www.elmundo.es/diario/cronica/1725310.html

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