Wednesday, December 08, 2004

El superdotado: ¿nace o se hace?

lunes, 6 de diciembre 2004

Cómo se transmite la inteligencia

El superdotado ¿nace o se hace?

Por Gloria Garrido
El Semanal 06/12/04

Que hay unas personas más listas que otras es un hecho. Como también lo es que nuestras capacidades dependen tanto de los genes como del entorno en el que nos criamos. Pero, ¿en qué medida lo hacen?

Un bebé descubre cómo llevarse la cuchara a la boca, un ama de casa consigue ahorrar con un sueldo exiguo, un biólogo halla el modo de combatir una epidemia… Aunque algunas puedan parecer banales, todas estas acciones han requerido del uso de la inteligencia para llevarlas a cabo.

Definida generalmente como la capacidad de razonar, prever y resolver nuevos problemas, pensar en abstracto, aprender y aprovechar la experiencia, esta facultad humana se torna escurridiza al intentar medirla o establecer exactamente en qué proporción obedece a la herencia genética o a los estímulos externos que padres, profesores y medio ambiente proporcionan. Y no es fácil decirlo, porque, en primer lugar, si bien existe un factor general (FG) común a las personas perspicaces que las hace anticipar soluciones a problemas antes que otros, esta aptitud no es la única que denota inteligencia.

Psicólogos expertos en el estudio de los procesos intelectuales, como L. L. Thurstone o Howard Gardner, han descrito la estructura de la inteligencia como un mosaico de diferentes facultades mentales independientes entre sí y que todo el mundo posee en menor o mayor grado. Existen como mínimo siete tipos de inteligencia: lingüística, lógico-matemática, espacial, cinestésica, musical, interpersonal e intrapersonal, una lista a la que podrían añadirse las inteligencias emocional, práctica o intuitiva.

La clasificación factorial hace imposible decir si un individuo es más inteligente que otro. ¿Más inteligente en qué? Y si bien los tests psicológicos siguen averiguando el cociente intelectual (CI) de individuos y poblaciones, en la actualidad están enfocados a detectar también el grado de todas esas habilidades mentales.

Las mayores discrepancias surgen a la hora de concretar si el talento es hereditario o si disminuye o aumenta según la clase social a la que se pertenece. En la actualidad, nadie discute que ambos factores, el genético y el ambiental, influyen en el desarrollo intelectual, pero queda por determinar en qué proporción.

La teoría hereditaria sirvió, durante el siglo pasado, como caldo de cultivo para corrientes de pensamiento racistas y eugenésicas como el nazismo. Los estadounidenses Arthur Jensen, Richard J. Hernstein y Charles Murray no sólo aseguraron que la inteligencia es heredable en un 60 por ciento, sino que además las desigualdades sociales en el cociente intelectual medio entre negros y blancos podían deberse, en parte, a diferencias genéticas: el cociente intelectual de los negros sería, según sus cálculos, claramente inferior; de ahí su poco éxito social y su índice de criminalidad.

En el otro extremo se alzan voces como la del paleontólogo Stephen J. Gould, autor de La falsa medida del hombre, que estima que «la idea de que la inteligencia pueda ser una cosa única, hereditaria y mensurable es un absurdo peligroso». O la de Howard Gardner, profesor de la Universidad de Harvard y autor de la Teoría de las inteligencias múltiples, según el cual «esta facultad no es algo que está dentro del individuo, sino que es el resultado de la interacción de la persona con el ambiente que le rodea».

Los últimos avances en genética nos permiten saber que numerosas conductas humanas y la capacidad del pensamiento abstracto son genéticamente heredables en un tanto por ciento que oscila entre el 0,28 y el 0,44. ¿Quiere esto decir que de nada sirve gastar miles de millones en la educación de personas torpes pues todo está escrito en el ADN? En absoluto.

Robert Plomin, especialista británico que en 1997 anunció haber descubierto en el cromosoma 6 humano el gen IGF2R, conocido como el de la inteligencia, es el primero en asegurar que «los mismos datos que apoyan el efecto de los genes en el comportamiento sirven para certificar el gran peso de los factores no genéticos y ambientales». De hecho, la moderna genética de la conducta estudia las diferencias cognitivas entre individuos tanto desde la influencia genética como desde la educación y las condiciones ambientales.

El reto para la ciencia es establecer la relación entre ambas. ¿Cuánto genio innato hace falta para vencer un ambiente hostil y cuánto medio hostil hace falta para vencer a un genio? Esta relación entre herencia y medio es la que está pendiente de esclarecerse.

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