Friday, April 29, 2005

Comentario al capítulo X:La doctrina del punto de vista

Este capítulo prosigue y amplía la doctrina de Verdad y perspectiva en El Espectador, pues aquí Ortega confirma y completa desde un nivel filosófico mucho más maduro los breves planteamientos de El Espectador. El punto inicial de este capítulo es el planteamiento del problema cuya solución, según Ortega, reside en el concepto de perspectiva. Todo comienza con la contraposición vida-cultura, considerando la teoría sólo como parte de la cultura, aquella que, por el hecho de ser un segmento mejor delimitado, le será útil a Ortega para completar mejor el significado de su tema general. En este contexto, Ortega exige “la plenitud de derechos” de la vida frente a la cultura o al culturalismo. El filósofo, en verdad, busca conciliar verdad y vida, establecer el principio de la razón vital. El capítulo X parte de la síntesis del debate relativismo-racionalismo que atraviesa varios capítulos de El Tema de Nuestro Tiempo.
Según Ortega los conceptos de vida y cultura son pensados y vividos por la filosofía moderna como irreductibles, desembocando con ellos en la doctrina del relativismo y el racionalismo que se suponen también irreconciliables. Ortega rechaza ambas doctrinas, pues no acepta el supuesto compartido por ellas, es decir, el carácter excluyente de la disyunción. Es en este ámbito de problematicidad, que Ortega entrega su concepto de perspectiva como solución para salvar la objetividad e inmutabilidad de la verdad, sin por ello abdicar de su enraizamiento en la vida personal. Para el filósofo ambos lados constituyen la verdad y si falta alguno de ellos no hay tal verdad. Más aún, para él cada lado se nutre y se refuerza mutuamente. Estamos en presencia, pues de una idea original de la verdad, es decir, radicalmente nueva con respecto a las de los racionalistas y relativistas. Interesa hacer notar aquí que Ortega pretende dar cuenta de estas dos tesis: “El conocimiento es la adquisición de verdades, en las verdades se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es posible su insaculación dentro del sujeto? La respuesta del racionalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. El sujeto tiene, pues, que ser un medio transparente, sin peculariedad o color alguno, ayer igual a hoy y a mañana –por tanto, ultravital y extrahistórico- . Vida es peculariedad, cambio, desarrollo, en una palabra: historia.
La respuesta del relativismo no es menos taxativa. El conocimiento es imposible; no hay una realidad trascendente, porque todo sujeto real es un recinto peculiarmente modelo. Al entrar en él la realidad se deformaría, y esta deformación individual sería lo que cada vez se tomase por la pretendida realidad.”
Frente a lo anterior, Ortega sostiene que no es el caso que el sujeto sea un instrumento transparente, un yo puro, idéntico e inmutable ni que su recepción de la realidad tenga efectos deformantes en ésta. Para Ortega existe una tercera posición que sintetiza las anteriores y que es exigida por los hechos mismos. Se trata, por cierto, de la doctrina perspectivista: “Cuando se interpone un cedazo o retícula en una corriente, deja pasar unas cosas y detiene otras; se dirá que las selecciona, pero no que las deforma. Esta es la función del sujeto, del ser viviente ante la realidad cósmica que le circunda. Ni se deja traspasar sin más por ella, como acontecería al imaginario ente racional creado por las definiciones racionalistas, ni finge él una realidad ilusoria. Su función es claramente selectiva. De la infinidad de los elementos que integran la realidad, el individuo, aparato receptor, deja pasar un cierto número de ellos, cuya forma y contenido coinciden con las mallas de su retícula sensible. Las demás cosas –fenómenos, hechos, verdades- quedan fuera, ignoradas, no percibidas.”
Según Ortega un ejemplo de lo anterior lo hallamos en la visión y la audición. Los sistemas ocular y auditivo del ser humano captan ondas vibratorias desde cierto mínimo de velocidad hasta un cierto máximo. Ahora bien, las ondas que traspasan tales límites les son desconocidas. De ello el filósofo infiere que su estructura vital influye en la captación de las cosas, aunque esto no significa que su influjo implique una distorsión en ellas. Quedaría, pues, un vasto repertorio de colores y sonidos reales, que sería captado sin deformaciones por nuestros sistemas.
Y Ortega argumenta que así como ocurre con los colores y sonidos ocurre con las verdades. Es decir, la mente de cada individuo es una especie de órgano perceptor, dotado de una forma determinada que posibilita la comprensión de algunas verdades, pero que es ciega para captar otras. Y esto el filósofo lo extiende a cada pueblo y época, pues éstos poseerían un alma propia que les haría aptos para captar ciertas verdades afines, pero ineptos para captar otras. Para Ortega esto se traduce en que todos los pueblos y épocas han disfrutado su fragmento de verdad y es absurdo, por tanto, que algunos de éstos pretendan arrogarse, frente a los demás, la posesión de la verdad integral. Según Ortega todos tienen un lugar preciso en la historia.
Luego de reproducir el argumento de los dos hombres situados en distintos lugares –aparecido ya en Verdad y Perspectiva- Ortega llega a afirmar que: “La realidad cósmica es tal que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo.”
Para Ortega lo que ocurre con la visión corporal acontece igualmente en todas las otras realidades. Es decir, todo conocimiento conoce desde una perspectiva propia. Y de ello se desprende una consecuencia de máximo interés para la concepción de la filosofía en Ortega, pues a partir de su planteamiento el punto de vista ubicuo, absoluto de los grandes sistemas filosóficos de antaño deja de existir, ya que para el filósofo sólo es una perspectiva ficticia y abstracta. Por ello Ortega agrega: “Esta manera de pensar lleva a una reforma radical de la filosofía y,lo que importa más, de nuestra sensación cósmica.”
Argumenta Ortega que, contra lo que afirmaba la tradición filosófica de los últimos tiempos, vemos ahora que la oposición entre los universos de dos sujetos no implica, forzosamente, la falsedad de uno de ellos. Más aún, puesto que lo que cada cual percibe es una realidad y no una fantasía, deberá su aspecto ser diferente del que otro percibe. Para Ortega este desacuerdo no es mera contradicción, sino más bien complementación.
“Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo –persona, pueblo, época- es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí como ésta, que por sí misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere una dimensión vital.” Y Ortega va a comparar la realidad con un paisaje con infinitas perspectivas –como cualquier paisaje-, todas ellas igualmente verdaderas y auténticas. Así, la perspectiva falsa sería esa que pretende ser la exclusiva. Es decir, para Ortega lo falso es la utopía o la verdad mirada desde ningún lugar: el racionalismo. Pero también el relativismo es erróneo porque afirma que la verdad es relativa y, según Ortega, la que es relativa es la realidad, vale decir, relativa a cada punto de vista, desde el cual se revela una verdad absolutamente verdad.
Ortega relaciona las implicaciones de su planteamiento con la idea de filosofía que ha imperado hasta su tiempo: “Hasta ahora, la filosofía ha sido siempre utópica. Por eso pretendía cada sistema valer para todos los tiempos y para todos los hombres. Exenta de la dimensión vital, histórica, perspectivista, hacía una y otra vez vanamente su gesto definitivo.” Sin embargo, la doctrina orteguiana del punto de vista demanda otra cosa: “que dentro del sistema vaya articulada la perspectiva vital de que ha emanado, permitiendo así su articulación con otros sistemas futuros o exóticos.” Y el filósofo sintetiza su posición: “La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, donde aquella se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación.” En el pensar filosófico de antaño existe la inocente ilusión de haber alcanzado toda la verdad, por tanto, ya todo se da por solucionado. Pero el universo delimitado por esas filosofías no puede ser considerado un mundo real, sino, según dice Ortega, el horizonte o límite de sus creadores. Es decir, lo que los filósofos del pasado consideraban como límite del cosmos era: “sólo la línea curva con que su perspectiva cerraba su paisaje.” Para Ortega toda filosofía que quiera trascender lo que él entiende como un antiguo y arraigado primitivismo, es decir, un planteamiento ingenuo que surge de la ignorancia de sí mismo, necesita eliminar tal error con el propósito de esquivar que el horizonte humano –mudable y elástico- adquiera la rigidez de un mundo concebido como cosa en sí.
Ortega agrega: “Ahora bien la reducción o conversión del mundo a horizonte no resta lo más mínimo de realidad a aquél; simplemente lo refiere al sujeto viviente cuyo mundo es , lo dota de una dimensión vital, lo localiza en la corriente de la vida, que va de pueblo en pueblo, de generación en generación, de individuo en individuo, apoderándose de la realidad universal.” Ortega habla aquí de que mundo es un mundo de alguien, es mi mundo, el de cada cual. Es decir, se trata de un mundo real y concreto, un mundo que aparece como horizonte de una vida. Es lo que Ortega entiende como circunstancia.
Y esta idea de circunstancia se articula con la de perspectiva en la filosofía de Ortega, pues para el filósofo cabe buscar para nuestra circunstancia humana, el espacio adecuado en la gran perspectiva del mundo. Pero no entraremos en este tema de la relación entre circunstancia y perspectiva, dado que entraríamos de lleno en la filosofía de Ortega y no en lo que buscamos: su idea de filosofía.

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